domingo, 15 de agosto de 2010

El brillo de la gema (capitulo 3)

Gonzalo buscaba a su madre entre la gente del mercado de Orgaz. No era muy bullicioso ni siquiera a esa hora de la mañana, Orgaz no era muy grande. Había gente aquí y allá, comprando y vendiendo, hablando y regateando, hasta que vislumbró la inconfundible melena negra de Jimena en el puesto de frutas de la madre de Nuño.
“Será el instinto de la naturaleza” pensó Gonzalo “Los lazos que me unen a mi madre, este donde este siempre la voy a encontrar” y sonrió para si.
Parecían hablar las dos de un tema serio, pero cuando llegó Gonzalo las dos disimularon y sonrieron.
-Que buen retoño Jimena, buscando a su madre para ayudarla a llevar las cosas a casa –decía la frutera
-Siempre ha sido muy servicial con las damas, justo como su padre- dijo Jimena riendo
Gonzalo se sonrojo y tiró de la falda de su madre para irse, aunque se sintió complacido por el halago.
-Ojala mi Nuño aprendiera algo de ti, Gonzalo, y se dejara de tanto fantasear
-No se preocupe Juana, seguro que cuando crezca madurará un poco- dijo Jimena sonriendo.
Y así era su madre, siempre con una sonrisa para todo el mundo fuera cual fuera la situación. Y con las compras encima y ciñendo a Tormenta volvió a casa.

Su padre seguía igual, perdido, ausente, pensando en algo que le comía por dentro ¿De que se podría tratar? Después de almorzar se proponía ir al patio a practicar con la espada y vio a su madre sola, limpiando algunas ropas.
-Madre, hay algo que tiene distraído a padre. No, distraído no, preocupado mejor dicho, es como si…
-Lo se, Gonzalo- le cortó su madre lavando con jabón una camisa celeste- pero hay cosas de las que se tiene que preocupar alguien, y esta vez le toca a tu padre- dijo Jimena con dulzura
-Pero quiero saber que le pasa, madre, tengo que ayudarle en lo que pueda
-¿Sabes? No se si es una virtud o un defecto tuyo eso de querer ayudar siempre a las personas
-Me lo pegaste tu- respondió el joven dejando escapar una sonrisita
-Olvídate de las penas de tu padre, las tiene que cargar el, no te preocupes.
Gonzalo fue victima de esa habilidad innata de su madre para hacer que todo pareciese perfecto, y sin más dilación fue al patio trasero a practicar con Tormenta.

Era un jueves como otro cualquier viernes de junio, cielo azul, mucho calor se oían pajarillos canturrear entre los árboles y el pelo castaño del joven Gonzalo brillaba bajo el sol de la tarde. Iba en una carreta de madera tirada por Adán (el caballo de la familia) junto a sus padres. Pasaban por un olivar en dirección a Villaminaya, donde iba a tener lugar el Festival de la cosecha esa misma noche. Cantaba alegres canciones campechanas mientras que las sombras de las escasas nubes les pasaban por lo alto. Alonso parecía haber olvidado sus penas y cantaba alegremente, aunque Gonzalo sabía que su padre no era de esos hombres que olvidaban las cosas y las dejaba pasar.

Como todos los años, el Festival estaba que rebosaba de gente y el ambiente era algo más que espectacular. Música por todos lados, hogueras con gente bailando cantando y bebiendo alrededor, puestos de comida e incluso una feria de ganado. No tardo en ver a Nuño y a Pedro con una bolsa de caramelos de miel.
-Escuchadme los dos, me ha dicho mi primo que hay mercader vendiendo una gran variedad de grimorios- dijo Nuño
-¡Por todos los santos, Nuño! No bromees con esas cosas, ya sabes lo que les pasa a aquellos que pillan practicando brujería- respondió Gonzalo sobresaltado
-Pero podríamos ir a echar un vistazo ¿no tienes curiosidad?- propuso Pedro
¡Claro que tenia curiosidad! Era Gonzalo de Beltrán, el mismo que sintió curiosidad a los pocos meses de nacer cuando vio llover por primera vez, el mismo que sintió curiosidad a los cinco años por saber como volaban las golondrinas, o el que mas mayor sintió curiosidad por la geografía, la geología y la historia, el mismo que sentía curiosidad ahora por la magia y las artes oscuras, así que ni corto ni perezoso fueron a la tienda.

Era una habitación pequeña y el dependiente solo tenia a la vista pulseras, anillos, colgantes y unos artefactos de lo mas extravagantes.
-Buenas jóvenes caballeros ¿Qué desean? – les preguntó el hombre gordito con barba
-Queríamos echarle un vistazo a sus grimorios- dijo Pedro
El hombre dudó, mirando a los tres polluelos que acababan de entrar en su tienda y pedían sin dudar artículos que a él le costaría la vida tener.
-Perdonad pero no…
-¡Oh, vamos! sabemos que guardas libros de brujería, déjenos echarles un vistazo antes de que entre alguien mas en la tienda –dijo Gonzalo, impaciente. Solo quería ojear los libros y salir de allí pitando. No quería ni imaginar lo que le pasaría si su padre se enteraba de aquello.
La mirada del hombre se endureció, los miró fijamente y dijo:
-Valla valla, que polluelos mas espabilados… espero que esto sacie vuestra curiosidad, aunque no os lo puedo vender- acto seguido puso sobre el mostrador un libro de cubierta marrón con estrellas dibujadas.
Dos ojeaban y otro vigilaba por si alguien entraba en el establecimiento, cuando le tocó el turno de vigía a Gonzalo, el dependiente se percató de que aquel joven llevaba una espada con una brillante gema ceñida al cinturón.
-Joven, si, tú, el de la espada. ¿Me dejas ver de cerca tu arma?- preguntó tocándose la barba
Gonzalo no vio el porque no, desenvainó a Tormenta y se la entregó al hombre tumbada sujetándola por la empuñadura y por la punta. El dependiente la examinó detenidamente.
-Muy buen acero –diagnosticó
-Gracias, la ha forjado un gran herrero- contestó el joven con orgullo
Sus arrugados dedos tocaban la esmeralda de Tormenta. La cara del vendedor reflejaba preocupación, curiosidad y más emociones que Gonzalo no supo diferenciar, hasta que al final dijo:
-Chico, no se de donde habrás sacado esto, pero te aconsejo que te deshagas de ella
-¿Crees que soy tonto? Usted lo que quiere es quedársela, lo siento pero no está a la venta.
El hombre dejó de mirar la espada y miró al joven
-No intentaría comprarte esto ni aunque me amenazaran de muerte, ten- dijo devolviéndole la espada- Mientras menos la toque mejor, esa cosa solo te traerá desgracias.
Gonzalo, anonadado, enfundó a Tormenta y miró con recelo al viejo de barba corta sin saber que pensar. Pedro y Nuño, ajenos a toda la conversación, seguían hojeando el libro de hechizos.
-¿De verdad se puede invocar un trueno? ¡Venga ya!- Nuño no sabía que pensar sobre las artes arcanas.
-No hay nada imposible para un mago experto- Acto seguido el dependiente cerró el grimorio y añadió con una sonrisa “–Es tarde y voy a cerrar, si son ustedes tan amables, caballeros” Solo Gonzalo sospechaba el porque de aquel cambio de humor repentino en el viejo comerciante.
Los tres chicos salieron de la tienda y el fresco de la noche veraniega los animó, Gonzalo miró al cielo y estaba totalmente estrellado.
No imaginaba ni por asomo que aquella noche cambiaría su vida para siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta bastante bien. Sigue escribiendo ^.^