viernes, 20 de agosto de 2010

El brillo de la gema (Capitulo 4)

La tropa a caballo divisó a lo lejos una luz. Debía ser ese el pueblo donde celebraban el Festival, no había duda. En el estandarte que portaban se podía distinguir una cruz eclesiástica, en cuya derecha había una espada, y a su izquierda una rama de olivo.

Uno de ellos se acercó al capitán para informarle

-Llegaremos algunas horas antes del amanecer, señor

-Bien, tampoco hay prisa, pero deben morir antes de que salga el sol.

Y siguieron cabalgando hacía Villaminaya, dejando a su paso un escalofrío que llegaba a plantas y animales, un paso de muerte.


La noche transcurría con alegría y diversión, cantes a la luz de las hogueras, comida y bebida, música, y trovadores… El bullicio de gente ocupaba todo el poblado y más, por los alrededores y hasta el linde del bosque. Los jóvenes andaban charlando animadamente.

- Vaya mozas se ven por aquí ¿Verdad?- decía Pedro

-Y que lo digas, hoy tenemos buenas vistas- contestaba Gonzalo, divertido -¿Cuál os gusta más de aquel grupo? Señalaba a unas muchachas que jugueteaban con su pelo y reían.

- La del moño rubio ¡Que mujer! Parece que a Dios se le ha caído un ángel

-Jaja, buena elección Pedro ¿Y a ti, Nuño?

-¿Mujeres? No estoy interesado en eso ahora –contestó el joven con la mirada perdida en una hoguera cercana

-¿Entonces?

-¿No os gustaría recorrer el mundo? –dijo Nuño

Pedro y Gonzalo se miraron y empezaron a reír.

-Lo digo en serio, conocer sitios lejanos, como esa selva de las que hablan los mercaderes, o las tierras frías del norte.

Gonzalo dejo de reír y miró a Nuño. A su amigo le brillaban intensamente los ojos, y sabía que no era por el fuego de la hoguera. A lo mejor él mismo tendría algún día su propio sueño. Era un tema en el que no había pensado mucho. Su futuro. Tenía en mente lo de todos los niños de su edad, aprender un oficio para ganar dinero algún día.

En ese momento, sintió algo de envidia y admiración por Nuño. Él tenía un sueño, y su determinación le llevaría a cumplirlo, no le cabía duda.


-Mirad, hay gente allí arremolinándose –dijo Pedro de repente

-Vamos a acercarnos ¡Quizás sea una disputa! –propuso Gonzalo con la esperanza de ver una contienda entre espadachines. Aunque a aquellas horas era mas probable que volaran las botellas de vino vacías que el acero de las hojas.

“Dicen que han aparecido unos soldados en el pueblo” “Parece ser que buscan a alguien” “¿Qué habrá pasado?” Los murmullos de la multitud no hacían más que aumentar la curiosidad de los tres jóvenes. Entonces se oyó la voz:

-Este matrimonio aquí presente ha ido en contra de las normas creadas por Dios Todopoderoso, acusados por varias personas, hemos descubierto que practicaban hechicería, brujería y otras artes oscuras, y sin importar si son devotos o no, la iglesia deberá acabar con ellos para seguir con su propósito de erradicar la magia de este mundo, así como…

Gonzalo no llegó a escuchar más porque de entre la multitud apareció Rafael, el padre de Nuño y frutero de Orgaz.

-Gonzalo, ven conmigo. Ustedes dos quedaos aquí, no os acerquéis a los soldados.- dijo con toda autoridad Rafael. Era alto y de tez morena, y su rostro mostraba una clara preocupación.

-¿Qué ocurre, señor? ¿Donde vamos?

-Guárdate las preguntas para cuando estemos más alejados


Rafael tenía cogido a Gonzalo por la mano derecha y avanzaba a gran velocidad. Al joven le costaba seguir el ritmo. No le quedaba claro que pasaba, había dejado a Pedro y a Nuño tan desconcertados como a él, y no pudieron ver a las personas que habían atrapado los soldados de la Inquisición. “Pobres desdichados” pensaba Gonzalo.

Conforme se alejaban del barullo, ganaban altura. La gente iba en dirección contraria a ellos, todos ansiosos por saber que ocurría ¿Qué podía estar pasando?

Gonzalo se percató de que estaban en un lugar mas alto, por lo que giró el cuello todo lo atrás que pudo para intentar ver la trágica escena.

Y se le vino el mundo encima.


Estaban a bastante distancia, pero pudo divisar la inconfundible figura de sus padres arrodillados junto a la hoguera, apresados por los soldados y con la cabeza agachada, como vulgares asesinos, como vulgares ladrones, o algo peor. Esta imagen, la cual Gonzalo no olvidaría en su vida, le golpeo el alma con la fuerza de un martillo de hielo. Lo dejó herido y helado. Dos soldados los tenían a punta de espada, atentos a cualquier movimiento, mientras otro leía un pergamino en voz alta. Entonces no pudo contenerse más:

-¡Madre!¡Pad –su grito de angustia chocó contra la palma de la mano de Rafael, que se paró en seco y le tapó la boca justo a tiempo. Su esperanza era que el chico no mirara atrás mientras intentaba sacarlo del pueblo, pero había fallado. Consiguió cogerle la mano justo a tiempo, ya que el joven se había soltado y tenía en mente correr calle abajo junto a sus padres, y explicarles a los soldados que todo era un error. Pobre inocencia infantil…

-Gonzalo, Gonzalo escúchame- Rafael tenia una mano puesta en cada hombro del joven, aunque mas que agarrándolo para que no escapara, parecía que lo estaba sujetando, pues parecía a punto de desmayarse- No puedes bajar ahora, todos los soldados te están buscando, saben que el matrimonio tiene un hijo. Debes irte de aquí, ve a Orgaz y refúgiate en mi casa, mi señora está allí. Explícale lo que ha pasado. Yo y más amigos de tus padres iremos y los sacaremos de ahí, todo debe haber sido una equivocación.

Rafael miraba a los ojos de Gonzalo firmemente, aunque no encontró rastro de vida en ellos. La pupila, que parecía tiritar de terror, estaba rodeada del mar de color miel del iris. Podía ver el miedo y la desesperación en su mirada.

Ensilló a Adán en un santiamén y ayudó al joven a subir.

-Evita el camino principal en todos los trazos que puedas, la oscuridad te protegerá mejor que un escudo de oro. Seguramente vallan a Orgaz en tu busca al ver que no estás en el Festival ¿Entendido?

Gonzalo no lo escuchó, aunque sabía lo que le quería decir, asintió y partió.


No había luna en el cielo, el alba estaba cerca y una oscuridad alentadora y maldita a la vez protegía y asustaba a Gonzalo. Cuando volvió a tener noción del tiempo y supo donde se encontraba, se puso a pensar.

Aquello no podía estar pasando, no podía asumirlo. Sus padres no eran hechiceros ¡Por dios a quien se lo ocurriría semejante patraña! Todo era un error… Rafael y los demás sacarían a sus padres de allí… Se preguntaba ante todo quien o quienes los habrían acusado. No tenía ni idea de que sus padres tuvieran enemigos. Enemigos que querían verlos muertos.

¿Pero y si los mayores no conseguían salvar a sus padres?

No, no podía pensar en eso, ahora tenía que llegar a Orgaz.

Fue una cabalgada de poco menos de media hora, y cuando por fin llegó a Orgaz, el cielo era de un azul oscuro, el sol pronto asomaría.

Después de todo, siempre hay un amanecer para una noche oscura.

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