martes, 24 de agosto de 2010

El brillo de la gema (Capitulo 5)

La señora Losada se sorprendió de ver a Gonzalo en el portal de su casa, con lágrimas secas en el rostro y apenas una hora antes de que saliera el sol. Apareció en la puerta al pasar unos minutos después de que el muchacho llamara, con una bata y un candelabro de mano encendido. La mujer lo hizo pasar sin pedir explicaciones, y ya dentro seguía sin pedirlas, con lo que Gonzalo empezó a sospechar. Eran demasiadas coincidencias.
Le contó lo que había ocurrido en el Festival en poco tiempo y la mujer seguía sin sorprenderse.
- Pobrecillo, puedes dormir en la cama de Nuño ¿O prefieres comer algo? Tengo en la despensa un poco de fruta fresca si quieres…
-No- le cortó Gonzalo- quiero saber que esta ocurriendo aquí, usted sabe algo ¿Qué han hecho mis padres?
-Gonzalo, tus padres temían que pasara algo así- fue la única respuesta de la mujer.
Entonces entendió el resentimiento de su padre, su rostro preocupado a todas horas…
-¿Por qué no me dijeron nada? ¿Desde cuando sospechaban que los perseguía la iglesia?- Gonzalo tenía miles de preguntas, pero su curiosidad no era mayor que la angustia que sentía en aquel momento- Cuéntemelo todo, por favor.

Un ruido estridente arremetió contra sus tímpanos y cinco segundos le faltó a la sobresaltada frutera para asomarse a la ventana.
-Soldados, en casa del señor Domínguez. Te están buscando, pronto estarán aquí. ¡Oh Díos mío!
Gonzalo se asomo con cuidado a la ventana. Los soldados habían echado la puerta abajo y entraban furtivamente en casa del pobre carpintero. No tenía mucho tiempo.
-Tus padres no esperaban ser perseguidos por la iglesia, pero si que ocurriera algo. El porque no te contaron nada, no lo se.
-Señora Losada, a cada momento que paso aquí la pongo en peligro a usted y a su familia, cuénteme lo que sepa y me iré sin más demora.
-La petición de tu padre fue clara. Debes ir a Valencia, a buscar a tu tío.
-¿A Valencia? ¿Para que? Ni siquiera me acuerdo de mi tío Vicente, lo vi una vez cuando tenía 4 años pero…
-Hay mas, tu padre me dijo que te comunicara que no perdieras la espada bajo ningún concepto. Bajo ninguno.
Gonzalo tocó la empuñadora de Tormenta, la cual seguía colgando de su cinto de cuero, metida en su vaina de adornos plateados. Se imaginó que sería por la esmeralda, que seguía incrustada emitiendo aquel brillo verde despampanante y altanero, ajena a todo.
-No, volveré a Villamaniya y los sacaré de allí
-No seas tonto, nos hemos dejado la piel para que sobrevivieras, porque sabemos que tus padres eran inocentes.
Gonzalo se quedó mirando a la mujer a los ojos.
-¿Insinúas que están muertos? –dijo casi gruñendo
-La Inquisición no perdona, muchacho…- la mujer se quedó sin palabras. No encontraba frase alguna para explicarle a aquel niño asustado el destino que con toda probabilidad habían sufrido sus desafortunados padres.
Aunque Gonzalo creía fervientemente que sus padres estaban con vida y volviendo a Orgaz en ese momento, no pudo evitar que sus ojos se anegaran de lagrimas.
La pena, la incertidumbre, la rabia y otras emociones corrían frenéticamente por el cuerpo del joven. Secándose las lágrimas con la manga de la camisa, se dirigió a la puerta de salida con el ceño fruncido, intentando así parar el llanto.
-Espera ¿Dónde vas?
-Ya te lo he dicho, a Villaminaya
-¿Después de lo que hemos pasado mi marido y yo para salvarte? Deberías apreciar más tu vida. Que harás cuando llegues ¿Pelear contra soldados del reino? Es mejor que uses el sentido común ese del que hace gala tu madre, muchacho.
Gonzalo se paró en seco. Se le vino a la cabeza su madre, su sonrisa, su forma de ser, su melena negra. Y volvieron las lágrimas.
-Toma- la mujer se acercó al joven y le tendió una bolsa con monedas- es de tus padres, lo dejaron aquí por si ocurría algo. También hay una carta dentro.
-No es momento para ponerme a leer, los soldados están a un tiro de piedra de aquí. Mis padres sospechaban mas de lo que yo creía- siguió hablando mientras se dirigía a la puerta de atrás, donde estaba esperándolo Adán. La pobre frutera lo siguió.

Ya montado en el caballo marrón oscuro (al cual había incluido unas alforjas con la bolsa de dinero, pan y algo de carne) se dirigió a la madre de su amigo Nuño.
-Gracias por todo- calló un momento- No sabría como pagarle…
-Aléjate del pueblo con un trote suave, podrías alertar a los soldados.
Gonzalo la miró.
-Eres una buena persona, espero que ni tú ni tu familia tengáis que cargar con un castigo por habernos ayudado.
-Tranquilo mozo, no se han enterado- dijo casi sonriendo.
-Cuide de Nuño
-Que cuide de ti el Señor, y que lleve luz y paz a tu camino.

Aunque lo intentó, ninguna sonrisa asomó por el rostro del joven. Y sin más, partió.
El sol no había salido aun, aunque el cielo comenzaba a clarear. Ya podía vislumbrarse la silueta de la sierra toledana que rodeaba Orgaz y sus alrededores. De repente, se le paso por la mente la alocada idea de que a lo mejor sus padres habían vuelto y estaban esperándolo en casa, que todo había sido un error. Tal vez fuera por la necesidad humana de sentir esperanza, quien sabe. Fuera cierto o no, quiso ir a su cálido hogar una vez mas, pues posiblemente sería la última vez que lo viera.

Dobló varias esquinas hasta llegar a la casa junto a la herrería. Entonces se encontró allí a la persona menos esperada. Debido a la falta de luz, tubo que acercarse hasta estar a tres metros de la figura que salía de la forja a recibirlo.
Un hombre alto como Alonso, de pelo negro que le llegaba hasta los hombros, se acercaba lentamente a él, con una renovada sonrisa de oreja a oreja al ver a su sobrino.
-Vaya, parece que el conejillo vuelve a la madriguera- Gonzalo reconoció la inconfundible voz de su tío Fernando.
¡Por fin alguien en quien confiar! Alguien a quien pedirle explicaciones sobre todo el asunto y con bastante influencia en el ejército como para poner a sus padres en libertad.
-Tío Fernando que alegría encontrarte aquí y ahora, no sabes todo lo que ha pasado
-Más alegría me da verte a ti, pequeño. Tranquilo, estoy al corriente de todo.
-Mis padres ¿Cómo están? ¿Que es lo que ha pasado?
-Déjame a mí preguntarte algo primero ¿Dónde está la gema?
Gonzalo estaba desconcertado ¿Qué importaba ahora la gema? No sabía si en ese momento era huérfano o no ¡Como iba a importarle una maldita piedra!
Entonces se fijó en el atuendo de su tío, un uniforme militar de bajo rango. Posiblemente estuviera al mando de unos veinte hombres. Una espada de larga hoja colgaba de su cinto.
-Venga, siempre te he tomado por un chico inteligente ¿Aun no te has enterado de por que han muerto tus padres?- su voz estaba llena de odio.- Dime donde está la gema ahora mismo, o dámela si la llevas encima.
Ya encajaba todo en aquel macabro puzzle, o al menos todo lo que Gonzalo necesitaba saber.
-Hijo de puta- murmuró Gonzalo en medio de un remolino de sentimientos que afloraban en su interior. Su primera reacción fue desenvainar a Tormenta, aunque sabía que atacar a su tío de frente sería un suicidio. Lamentó terriblemente dejar al descubierto la gema incrustada en el pomo de la espada.
-Así que por eso tu padre no me dejó echarle un vistazo, interesante… ¿Que pasaba por tu cabeza en aquel entonces, Alonso?- tras decir esto comenzó a reír fríamente.- No tienes ni idea del poder que guarda esa pequeña piedra verde, entrégamela ahora o os destrozaré de un tajo a ti y a esa mala bestia que montas.
Gonzalo se estremeció ante las amenazas, pero no cedió ante ellas, pues recordó la petición de su padre de no perder la gema. Y si tenía que perderla, no sería a manos de aquella rata inmunda que había acusado a su hermano y a su familia de delitos imaginarios tan solo para arrebatarle la esmeralda.
-¿Qué secretos guarda la gema?- tenía que ser algo muy gordo para cometer tal infamia.
Fernando ya no miraba a Gonzalo, sino la gema de la espada, embobado.
-Un ente muy poderoso está sellado en su interior- dejó de mirar el arma y miró a su portador- Pero eso a ti no te incumbe. Ahora dámela.-insistió

Gonzalo envainó a Tormenta e hizo bailar las riendas y el caballo se alejó poco a poco del hombre.
-Tu plan es huir ¿No? Después de todo no eres tan imbécil. Puedes escapar ahora mismo de mí, pues no puedo igualar a ese bicho en velocidad. Pero no importa donde te escondas- acto seguido sacó del bolsillo del uniforme una piedra de igual tamaño y belleza que la esmeralda, pero de un color rojo y muy brillante, y la apretó con la mano- Se hacía donde te diriges, y que no te quepa duda de que te encontrare y te destruiré como si fueras una hoja seca.
Gonzalo se quedó mirando a aquel monstruo mientras se alejaba.
-Me las pagarás algún día asqueroso malnacido- gritó intentando soltar toda su rabia acumulada, claro que le fue imposible…
-Eso es, huye, no eres más que mierda, como en su día lo fue tu padre. ¡Huye y aprovecha la última semana de tu asquerosa vida!

Y así Gonzalo abandonó Orgaz, sin familia, sin honor y sin ganas de vivir.
La única luz que brillaba en ese momento eran los primeros rayos de sol, que empezaban a asomar allá por el este, justo enfrente de su mirada, como señalando su destino.

viernes, 20 de agosto de 2010

El brillo de la gema (Capitulo 4)

La tropa a caballo divisó a lo lejos una luz. Debía ser ese el pueblo donde celebraban el Festival, no había duda. En el estandarte que portaban se podía distinguir una cruz eclesiástica, en cuya derecha había una espada, y a su izquierda una rama de olivo.

Uno de ellos se acercó al capitán para informarle

-Llegaremos algunas horas antes del amanecer, señor

-Bien, tampoco hay prisa, pero deben morir antes de que salga el sol.

Y siguieron cabalgando hacía Villaminaya, dejando a su paso un escalofrío que llegaba a plantas y animales, un paso de muerte.


La noche transcurría con alegría y diversión, cantes a la luz de las hogueras, comida y bebida, música, y trovadores… El bullicio de gente ocupaba todo el poblado y más, por los alrededores y hasta el linde del bosque. Los jóvenes andaban charlando animadamente.

- Vaya mozas se ven por aquí ¿Verdad?- decía Pedro

-Y que lo digas, hoy tenemos buenas vistas- contestaba Gonzalo, divertido -¿Cuál os gusta más de aquel grupo? Señalaba a unas muchachas que jugueteaban con su pelo y reían.

- La del moño rubio ¡Que mujer! Parece que a Dios se le ha caído un ángel

-Jaja, buena elección Pedro ¿Y a ti, Nuño?

-¿Mujeres? No estoy interesado en eso ahora –contestó el joven con la mirada perdida en una hoguera cercana

-¿Entonces?

-¿No os gustaría recorrer el mundo? –dijo Nuño

Pedro y Gonzalo se miraron y empezaron a reír.

-Lo digo en serio, conocer sitios lejanos, como esa selva de las que hablan los mercaderes, o las tierras frías del norte.

Gonzalo dejo de reír y miró a Nuño. A su amigo le brillaban intensamente los ojos, y sabía que no era por el fuego de la hoguera. A lo mejor él mismo tendría algún día su propio sueño. Era un tema en el que no había pensado mucho. Su futuro. Tenía en mente lo de todos los niños de su edad, aprender un oficio para ganar dinero algún día.

En ese momento, sintió algo de envidia y admiración por Nuño. Él tenía un sueño, y su determinación le llevaría a cumplirlo, no le cabía duda.


-Mirad, hay gente allí arremolinándose –dijo Pedro de repente

-Vamos a acercarnos ¡Quizás sea una disputa! –propuso Gonzalo con la esperanza de ver una contienda entre espadachines. Aunque a aquellas horas era mas probable que volaran las botellas de vino vacías que el acero de las hojas.

“Dicen que han aparecido unos soldados en el pueblo” “Parece ser que buscan a alguien” “¿Qué habrá pasado?” Los murmullos de la multitud no hacían más que aumentar la curiosidad de los tres jóvenes. Entonces se oyó la voz:

-Este matrimonio aquí presente ha ido en contra de las normas creadas por Dios Todopoderoso, acusados por varias personas, hemos descubierto que practicaban hechicería, brujería y otras artes oscuras, y sin importar si son devotos o no, la iglesia deberá acabar con ellos para seguir con su propósito de erradicar la magia de este mundo, así como…

Gonzalo no llegó a escuchar más porque de entre la multitud apareció Rafael, el padre de Nuño y frutero de Orgaz.

-Gonzalo, ven conmigo. Ustedes dos quedaos aquí, no os acerquéis a los soldados.- dijo con toda autoridad Rafael. Era alto y de tez morena, y su rostro mostraba una clara preocupación.

-¿Qué ocurre, señor? ¿Donde vamos?

-Guárdate las preguntas para cuando estemos más alejados


Rafael tenía cogido a Gonzalo por la mano derecha y avanzaba a gran velocidad. Al joven le costaba seguir el ritmo. No le quedaba claro que pasaba, había dejado a Pedro y a Nuño tan desconcertados como a él, y no pudieron ver a las personas que habían atrapado los soldados de la Inquisición. “Pobres desdichados” pensaba Gonzalo.

Conforme se alejaban del barullo, ganaban altura. La gente iba en dirección contraria a ellos, todos ansiosos por saber que ocurría ¿Qué podía estar pasando?

Gonzalo se percató de que estaban en un lugar mas alto, por lo que giró el cuello todo lo atrás que pudo para intentar ver la trágica escena.

Y se le vino el mundo encima.


Estaban a bastante distancia, pero pudo divisar la inconfundible figura de sus padres arrodillados junto a la hoguera, apresados por los soldados y con la cabeza agachada, como vulgares asesinos, como vulgares ladrones, o algo peor. Esta imagen, la cual Gonzalo no olvidaría en su vida, le golpeo el alma con la fuerza de un martillo de hielo. Lo dejó herido y helado. Dos soldados los tenían a punta de espada, atentos a cualquier movimiento, mientras otro leía un pergamino en voz alta. Entonces no pudo contenerse más:

-¡Madre!¡Pad –su grito de angustia chocó contra la palma de la mano de Rafael, que se paró en seco y le tapó la boca justo a tiempo. Su esperanza era que el chico no mirara atrás mientras intentaba sacarlo del pueblo, pero había fallado. Consiguió cogerle la mano justo a tiempo, ya que el joven se había soltado y tenía en mente correr calle abajo junto a sus padres, y explicarles a los soldados que todo era un error. Pobre inocencia infantil…

-Gonzalo, Gonzalo escúchame- Rafael tenia una mano puesta en cada hombro del joven, aunque mas que agarrándolo para que no escapara, parecía que lo estaba sujetando, pues parecía a punto de desmayarse- No puedes bajar ahora, todos los soldados te están buscando, saben que el matrimonio tiene un hijo. Debes irte de aquí, ve a Orgaz y refúgiate en mi casa, mi señora está allí. Explícale lo que ha pasado. Yo y más amigos de tus padres iremos y los sacaremos de ahí, todo debe haber sido una equivocación.

Rafael miraba a los ojos de Gonzalo firmemente, aunque no encontró rastro de vida en ellos. La pupila, que parecía tiritar de terror, estaba rodeada del mar de color miel del iris. Podía ver el miedo y la desesperación en su mirada.

Ensilló a Adán en un santiamén y ayudó al joven a subir.

-Evita el camino principal en todos los trazos que puedas, la oscuridad te protegerá mejor que un escudo de oro. Seguramente vallan a Orgaz en tu busca al ver que no estás en el Festival ¿Entendido?

Gonzalo no lo escuchó, aunque sabía lo que le quería decir, asintió y partió.


No había luna en el cielo, el alba estaba cerca y una oscuridad alentadora y maldita a la vez protegía y asustaba a Gonzalo. Cuando volvió a tener noción del tiempo y supo donde se encontraba, se puso a pensar.

Aquello no podía estar pasando, no podía asumirlo. Sus padres no eran hechiceros ¡Por dios a quien se lo ocurriría semejante patraña! Todo era un error… Rafael y los demás sacarían a sus padres de allí… Se preguntaba ante todo quien o quienes los habrían acusado. No tenía ni idea de que sus padres tuvieran enemigos. Enemigos que querían verlos muertos.

¿Pero y si los mayores no conseguían salvar a sus padres?

No, no podía pensar en eso, ahora tenía que llegar a Orgaz.

Fue una cabalgada de poco menos de media hora, y cuando por fin llegó a Orgaz, el cielo era de un azul oscuro, el sol pronto asomaría.

Después de todo, siempre hay un amanecer para una noche oscura.

domingo, 15 de agosto de 2010

El brillo de la gema (capitulo 3)

Gonzalo buscaba a su madre entre la gente del mercado de Orgaz. No era muy bullicioso ni siquiera a esa hora de la mañana, Orgaz no era muy grande. Había gente aquí y allá, comprando y vendiendo, hablando y regateando, hasta que vislumbró la inconfundible melena negra de Jimena en el puesto de frutas de la madre de Nuño.
“Será el instinto de la naturaleza” pensó Gonzalo “Los lazos que me unen a mi madre, este donde este siempre la voy a encontrar” y sonrió para si.
Parecían hablar las dos de un tema serio, pero cuando llegó Gonzalo las dos disimularon y sonrieron.
-Que buen retoño Jimena, buscando a su madre para ayudarla a llevar las cosas a casa –decía la frutera
-Siempre ha sido muy servicial con las damas, justo como su padre- dijo Jimena riendo
Gonzalo se sonrojo y tiró de la falda de su madre para irse, aunque se sintió complacido por el halago.
-Ojala mi Nuño aprendiera algo de ti, Gonzalo, y se dejara de tanto fantasear
-No se preocupe Juana, seguro que cuando crezca madurará un poco- dijo Jimena sonriendo.
Y así era su madre, siempre con una sonrisa para todo el mundo fuera cual fuera la situación. Y con las compras encima y ciñendo a Tormenta volvió a casa.

Su padre seguía igual, perdido, ausente, pensando en algo que le comía por dentro ¿De que se podría tratar? Después de almorzar se proponía ir al patio a practicar con la espada y vio a su madre sola, limpiando algunas ropas.
-Madre, hay algo que tiene distraído a padre. No, distraído no, preocupado mejor dicho, es como si…
-Lo se, Gonzalo- le cortó su madre lavando con jabón una camisa celeste- pero hay cosas de las que se tiene que preocupar alguien, y esta vez le toca a tu padre- dijo Jimena con dulzura
-Pero quiero saber que le pasa, madre, tengo que ayudarle en lo que pueda
-¿Sabes? No se si es una virtud o un defecto tuyo eso de querer ayudar siempre a las personas
-Me lo pegaste tu- respondió el joven dejando escapar una sonrisita
-Olvídate de las penas de tu padre, las tiene que cargar el, no te preocupes.
Gonzalo fue victima de esa habilidad innata de su madre para hacer que todo pareciese perfecto, y sin más dilación fue al patio trasero a practicar con Tormenta.

Era un jueves como otro cualquier viernes de junio, cielo azul, mucho calor se oían pajarillos canturrear entre los árboles y el pelo castaño del joven Gonzalo brillaba bajo el sol de la tarde. Iba en una carreta de madera tirada por Adán (el caballo de la familia) junto a sus padres. Pasaban por un olivar en dirección a Villaminaya, donde iba a tener lugar el Festival de la cosecha esa misma noche. Cantaba alegres canciones campechanas mientras que las sombras de las escasas nubes les pasaban por lo alto. Alonso parecía haber olvidado sus penas y cantaba alegremente, aunque Gonzalo sabía que su padre no era de esos hombres que olvidaban las cosas y las dejaba pasar.

Como todos los años, el Festival estaba que rebosaba de gente y el ambiente era algo más que espectacular. Música por todos lados, hogueras con gente bailando cantando y bebiendo alrededor, puestos de comida e incluso una feria de ganado. No tardo en ver a Nuño y a Pedro con una bolsa de caramelos de miel.
-Escuchadme los dos, me ha dicho mi primo que hay mercader vendiendo una gran variedad de grimorios- dijo Nuño
-¡Por todos los santos, Nuño! No bromees con esas cosas, ya sabes lo que les pasa a aquellos que pillan practicando brujería- respondió Gonzalo sobresaltado
-Pero podríamos ir a echar un vistazo ¿no tienes curiosidad?- propuso Pedro
¡Claro que tenia curiosidad! Era Gonzalo de Beltrán, el mismo que sintió curiosidad a los pocos meses de nacer cuando vio llover por primera vez, el mismo que sintió curiosidad a los cinco años por saber como volaban las golondrinas, o el que mas mayor sintió curiosidad por la geografía, la geología y la historia, el mismo que sentía curiosidad ahora por la magia y las artes oscuras, así que ni corto ni perezoso fueron a la tienda.

Era una habitación pequeña y el dependiente solo tenia a la vista pulseras, anillos, colgantes y unos artefactos de lo mas extravagantes.
-Buenas jóvenes caballeros ¿Qué desean? – les preguntó el hombre gordito con barba
-Queríamos echarle un vistazo a sus grimorios- dijo Pedro
El hombre dudó, mirando a los tres polluelos que acababan de entrar en su tienda y pedían sin dudar artículos que a él le costaría la vida tener.
-Perdonad pero no…
-¡Oh, vamos! sabemos que guardas libros de brujería, déjenos echarles un vistazo antes de que entre alguien mas en la tienda –dijo Gonzalo, impaciente. Solo quería ojear los libros y salir de allí pitando. No quería ni imaginar lo que le pasaría si su padre se enteraba de aquello.
La mirada del hombre se endureció, los miró fijamente y dijo:
-Valla valla, que polluelos mas espabilados… espero que esto sacie vuestra curiosidad, aunque no os lo puedo vender- acto seguido puso sobre el mostrador un libro de cubierta marrón con estrellas dibujadas.
Dos ojeaban y otro vigilaba por si alguien entraba en el establecimiento, cuando le tocó el turno de vigía a Gonzalo, el dependiente se percató de que aquel joven llevaba una espada con una brillante gema ceñida al cinturón.
-Joven, si, tú, el de la espada. ¿Me dejas ver de cerca tu arma?- preguntó tocándose la barba
Gonzalo no vio el porque no, desenvainó a Tormenta y se la entregó al hombre tumbada sujetándola por la empuñadura y por la punta. El dependiente la examinó detenidamente.
-Muy buen acero –diagnosticó
-Gracias, la ha forjado un gran herrero- contestó el joven con orgullo
Sus arrugados dedos tocaban la esmeralda de Tormenta. La cara del vendedor reflejaba preocupación, curiosidad y más emociones que Gonzalo no supo diferenciar, hasta que al final dijo:
-Chico, no se de donde habrás sacado esto, pero te aconsejo que te deshagas de ella
-¿Crees que soy tonto? Usted lo que quiere es quedársela, lo siento pero no está a la venta.
El hombre dejó de mirar la espada y miró al joven
-No intentaría comprarte esto ni aunque me amenazaran de muerte, ten- dijo devolviéndole la espada- Mientras menos la toque mejor, esa cosa solo te traerá desgracias.
Gonzalo, anonadado, enfundó a Tormenta y miró con recelo al viejo de barba corta sin saber que pensar. Pedro y Nuño, ajenos a toda la conversación, seguían hojeando el libro de hechizos.
-¿De verdad se puede invocar un trueno? ¡Venga ya!- Nuño no sabía que pensar sobre las artes arcanas.
-No hay nada imposible para un mago experto- Acto seguido el dependiente cerró el grimorio y añadió con una sonrisa “–Es tarde y voy a cerrar, si son ustedes tan amables, caballeros” Solo Gonzalo sospechaba el porque de aquel cambio de humor repentino en el viejo comerciante.
Los tres chicos salieron de la tienda y el fresco de la noche veraniega los animó, Gonzalo miró al cielo y estaba totalmente estrellado.
No imaginaba ni por asomo que aquella noche cambiaría su vida para siempre.

jueves, 5 de agosto de 2010

El brillo de la gema (capitulo 2)

-La paciencia es una virtud, hijo mío
-Ya, pero…- refunfuñó Gonzalo, su espada no estaba lista para el mediodía y eso le había molestado cantidad
-No protestes más y termínate el estofado –le espetó su madre con toda autoridad. Tenía su largo cabello negro recogido en un pañuelo rojo, lo hacía siempre que cocinaba.
Gonzalo pensó que por más que se quejara, la espada no se iba a forjar sola, así que terminó su estofado y se quedó en la mesa para participar en la conversación de sus padres.
-¿Por qué no se ha quedado tu hermano Fernando a comer? Hay estofado para un pelotón entero
Alonso titubeó ante la respuesta de Jimena, su mujer, con la que llevaba quince años casado en santo matrimonio.
-Problemas con los moros, ya sabes, encrucijadas, guerrillas y batallas. Todo por conseguir reconquistar el sur.
El tío de Gonzalo se dedicaba a la milicia y lo veían muy poco, solo a veces se pasaba por Orgaz cuando le cogía de paso. Era un hombre frío con la gente, aunque a Gonzalo le había enseñado mucho acerca de la esgrima, y siempre que llegaba al pueblo practicaban un poco, por lo que su sobrino le tenia un cariño especial.
Aparte de Fernando, Alonso tenía otro hermano en Valencia. Se llamaba Vicente y Gonzalo solo lo había visto una vez en toda su vida.
-La construcción de la iglesia progresa con rapidez ¿os habéis fijado?- preguntó Jimena terminando su plato del delicioso estofado.
-El poder de la Inquisición es cada vez mayor- contestó Alonso mirando el plato. No tenía buena cara.
-¿La Inquisición? –preguntó Gonzalo- ¿Qué es eso, padre?
-La Santa Inquisición…es una organización que castiga a los herejes de la iglesia, hijo
-¿Y como saben quienes son herejes si éstos no lo muestran públicamente?
-Basta con que más de una persona te denuncie, entonces te declaran hereje y…-Jimena terminó ahí su explicación
-¿Y..?
-Te liquidan –concluyo Alonso- a ti y a tu familia, porque se supone que todos sois herejes
-¿Pero la familia acusada no puede hacer nada para demostrar su inocencia?- pregunto Gonzalo perplejo
-Es imposible convencerlos, te asesinan y te ponen de ejemplo para los demás herejes
Gonzalo tragó salivo ante las explicaciones de su padre y fue a su cuarto. Seguía igual de impaciente por tener la espada en sus manos pero no podía hacer nada por acelerar el proceso de fabricación, así que decidió dormir la siesta para no pensar en nada.
Y cuando despertó estaba ahí.
Una empuñadura de madera barnizada y dura, el pomo y el guardamano bañados en oro, y una hoja de más de cincuenta centímetros con una punta bien afilada. E incrustada entre la hoja y la empuñadura, justo en medio del guardamano y con los bordes decorados con adornos de oro, estaba la esmeralda de su padre.
Al darle la luz proveniente de la ventana, la hoja emitía unos extraños destellos de color verde pálido, lo cual llamaba la atención del joven, como todo aquello nuevo que veía
La vaina era de acero fundido y tenia en la punta un adorno de plata.

Nuño y Pedro estaban anonadados, mirando a Gonzalo batir enemigos imaginarios delante suya, con un juego de pies envidiable y defendiendo y atacando a pares como si estuviera un una verdadera contienda.
-Ahora Jaime y sus amigos no tendrán valor de atacarnos viendo la espada de Gonzalo- dijo Nuño excitado, el mas pequeño de los tres – deberíamos ir y acabar con todos ellos da igual que sean muchos. Les arrebataríamos todo su honor humillándolos.
-No seas fantasioso –contesto Gonzalo- no puedes ir por ahí rajando personas como su fueran cerdos tan solo porque te caigan mal
-Dejame adivinar –dijo Pedro, Gonzalo estaba sentado mirando la gema de su espada, pero prestaba atención a las palabras de Pedro, pues éste no habria nunca la boca para decir algo que no fuera inteligente –le has prometido a tu padre no usar la espada a lo loco ¿me equivoco?
-Solo para defender aquello que me importa
-¿Y no te importa tu honor? –preguntó Nuño
-Deja ya el tema del honor, hay cosas mas importantes –le espetó Pedro- Oíd el viernes es el Festival de la cosecha, ¿habéis preparado vuestras ropas para la ocasión?
Pronto se enfrascaron los tres en una conversación sobre el Festival, el cual tenía lugar todos los años tras la recogida del heno en Villaminaya, un poblado aun mas pequeño que Orgaz que quedaba al norte a media hora andando. Asistía gente de todas partes de la comarca, así como todos los mercaderes de los alrededores. Había espectáculos, concursos, músicos expertos y aficionados, exposiciones de alimentos agrarios e infinidad de cosas se iban sumando cada año, por lo que era un evento digno de presenciar.

Gonzalo volvió pronto a casa y encontró a su padre trabajando en unas herraduras que le había encargado para los caballos que tenían que tirar de los carros llenos de productos para el Festival de la cosecha. Su padre fue el primero que habló:
-¿Que tal la espada?
-Es perfecta, la empuñadura… el guardamano… la hoja parece una prolongación de mi brazo.
-No me extraña, esta hecha a tu medida –dijo Alonso fingiendo una leve sonrisa
Gonzalo notaba raro a su padre desde el encuentro con su tío. Estaba como apagado, ausente. Sabía como era su padre, y sabía que si le preguntaba por ello respondería que no pasaba nada. Alonso no quiso nunca que nadie se preocupara por él.
-Padre, la esmeralda, porque… ¿Por qué la has colocado en mi espada? Quiero decir… según tu es un tesoro muy antiguo y se el aprecio que le tienes ¿y si le pasara algo?
-Tranquilo no se romperá de un golpe de espada. Por cierto, seguro que aun no le has puesto nombre.
-¿A quien?
-¡A la espada, por supuesto!
Gonzalo no había caído en ello. Todas y cada una de las espadas de los grandes guerreros tenían un nombre ¡menos la suya!

Ya en la cama a punto de dormir, Gonzalo buscaba el nombre para su arma.
Era el arma perfecta, hermosa e imponente, afilada y brillante.
Rajacuellos, Segadora de vidas, Purgadora… todos esos nombres pasaban por su mente con la velocidad de un rayo. Rayo… trueno… tormenta… ¡Eso es! ¡Tormenta!
Esos fueron sus últimos pensamientos ese día. Luego se durmió, como cuando la noche traga las ultimas luces del crepúsculo.

sábado, 31 de julio de 2010

El brillo de la gema (capitulo 1)

El sol hacía rato que había llegado a lo mas alto, como llevaba haciendo todos los dias desde que Gonzalo tiene memoria, puede que incluso antes. Hacía calor, era un mal día para los pastores, que tenían que velar por sus rebaños en las colinas que rodeaban aquel valle. No se les podía llamar montañas, porque la mas alta media no mas de doscientos metros, y Gonzalo les decía colinas, a pesar de que su padre le repetía que a las alineaciones montañosas pequeñas se les llamaban sierras.
Su padre era el herrero del pueblo de Orgaz, pero era un hombre increíblemente culto para su edad y ocupación. Cuando era mas pequeño, Gonzalo se jactaba antes sus amigos diciendo que venían consejeros del rey expresamente desde Madrid para pedir el consejo de su padre en la lucha de su majestad contra los moros.
Obviamente era mentira.
Aunque nunca le falto imaginación a este chico, a la hora de la verdad siempre era cauto y realista, pese a sus trece años recién cumplidos, había heredado el temple de su padre y era responsable. O al menos dentro de lo que cabía…
¿Y que hacia este mozo de trece años recién cumplidos sentado en el pollete que marcaba la entrada al pueblo, casi a mediodía, con una calor que se le pegaban las ropas a la piel?

Ese día iba a recibir una espada, pero no una espada de madera como las que lleva usando 13 años justos para jugar con Pedro y Nuño, no, iba a recibir una espada de acero, una espada forjada en fuego de fragua, una buena espada, una espada forjada por su padre.
Era su regalo de cumpleaños. Había insistido en ayudar a su padre a forjarla, pero éste se había negado. La fragua de su padre estaba junto a su casa, era una ventaja en invierno, pero en esas épocas de calor y de plantación de cosechas era un infierno.
Para alejarse del calor y de los nervios, empezó a caminar hasta encontrarse en las afueras del pueblo. Debía volver a la hora del almuerzo, y calculó que quedarían unos cuarenta y cinco minutos, así que decidió andar hasta una de las colinas/sierras que rodeaban el pequeño valle. Tardó poco tiempo, y se encontró por el camino a los pastores que volvían a sus casas, con un mar de ovejas lanudas detrás de ellos. Se sentó a la sombra de un abedul a contemplar el pueblo.
Lo que mas llamaba la atención era el castillo del conde de Orgaz, señor de todo el valle, de sus campos de olivos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, de los cultivos de trigo y de los molinos en lo alto de las colinas. Pero había un edificio que empezaba a sobresalir por encima del castillo y de las casitas de pueblo, una enorme y colosal iglesia que estaba siendo construida en el centro de Orgaz.

Olía a hierro fundido cuando Gonzalo entró en su casa, y cual fue su sorpresa al encontrarse a su tío Fernando discutiendo con su padre. Parece que ninguno de los dos adultos se había percatado de su presencia.

-Te repito que es una locura, y Vicente estará de acuerdo conmigo, se negará rotundamente- le espetó el padre de Gonzalo, aun con el delantal de herrero puesto
-No, no Alonso lo tengo todo planeado en serio, solo tenemos que reunir las tres joyas y… bueno e leído mucho sobre el asunto…- su tío parecía sofocado, intentando convencer a su padre a toda costa.
-Padre ¿está lista mi espada?
-Aun no Gonzalo, ve a ayudar a tu madre al mercadillo, anda
Al salir, Gonzalo se quedó escuchando detrás de la puerta. Sabia que no era un acto propio de un caballero, pero la curiosidad lo comía por dentro como los gusanos comían hojas de los árboles de mora. La voz de su tío se oía con claridad:
-Déjame verla al menos
-No puedo mostrarla ahora, ya te lo he dicho
-Mira, mira la mía- la voz de su tío Fernando cambió, subió el tono y parecía exasperado- Podemos hacerlo Alonso, Dios nos ha dado el poder para hacerlo y debemos llevar a cabo su enmienda.
-¡Fernando no deberías llevarla colgando del cuello, es peligroso!- ahora su padre parecía exaltado también- Sabes que hay mas gente buscando estas piedras. En cuanto los deseos de nuestro señor…
Deberían de haber cambiado de habitación porque la conversación dejó de ser audible.
Aquello había dejado al joven verdaderamente intrigado por lo que intentó poner las cosas en orden dentro de su mente. Sin duda su tío quería la piedra verde a la cual su padre llamaba “esmeralda” y que, según su padre, era un tesoro familiar muy antiguo.
Era más pequeña que su puño cerrado, aunque su belleza era realmente cautivadora, pero… ¿quien iba a pensar en simples piedras cuando estaba a punto de recibir el regalo de cumpleaños más esperado de su vida?
Empezó a correr en dirección a la plaza de abastos de Orgaz, el pueblo hincado en aquel pequeño valle perdido en la serranía de Toledo, pensando en como batía a bandidos y malhechores con su espada brillante y afilada como los dientes de un lobo.