La señora Losada se sorprendió de ver a Gonzalo en el portal de su casa, con lágrimas secas en el rostro y apenas una hora antes de que saliera el sol. Apareció en la puerta al pasar unos minutos después de que el muchacho llamara, con una bata y un candelabro de mano encendido. La mujer lo hizo pasar sin pedir explicaciones, y ya dentro seguía sin pedirlas, con lo que Gonzalo empezó a sospechar. Eran demasiadas coincidencias.
Le contó lo que había ocurrido en el Festival en poco tiempo y la mujer seguía sin sorprenderse.
- Pobrecillo, puedes dormir en la cama de Nuño ¿O prefieres comer algo? Tengo en la despensa un poco de fruta fresca si quieres…
-No- le cortó Gonzalo- quiero saber que esta ocurriendo aquí, usted sabe algo ¿Qué han hecho mis padres?
-Gonzalo, tus padres temían que pasara algo así- fue la única respuesta de la mujer.
Entonces entendió el resentimiento de su padre, su rostro preocupado a todas horas…
-¿Por qué no me dijeron nada? ¿Desde cuando sospechaban que los perseguía la iglesia?- Gonzalo tenía miles de preguntas, pero su curiosidad no era mayor que la angustia que sentía en aquel momento- Cuéntemelo todo, por favor.
Un ruido estridente arremetió contra sus tímpanos y cinco segundos le faltó a la sobresaltada frutera para asomarse a la ventana.
-Soldados, en casa del señor Domínguez. Te están buscando, pronto estarán aquí. ¡Oh Díos mío!
Gonzalo se asomo con cuidado a la ventana. Los soldados habían echado la puerta abajo y entraban furtivamente en casa del pobre carpintero. No tenía mucho tiempo.
-Tus padres no esperaban ser perseguidos por la iglesia, pero si que ocurriera algo. El porque no te contaron nada, no lo se.
-Señora Losada, a cada momento que paso aquí la pongo en peligro a usted y a su familia, cuénteme lo que sepa y me iré sin más demora.
-La petición de tu padre fue clara. Debes ir a Valencia, a buscar a tu tío.
-¿A Valencia? ¿Para que? Ni siquiera me acuerdo de mi tío Vicente, lo vi una vez cuando tenía 4 años pero…
-Hay mas, tu padre me dijo que te comunicara que no perdieras la espada bajo ningún concepto. Bajo ninguno.
Gonzalo tocó la empuñadora de Tormenta, la cual seguía colgando de su cinto de cuero, metida en su vaina de adornos plateados. Se imaginó que sería por la esmeralda, que seguía incrustada emitiendo aquel brillo verde despampanante y altanero, ajena a todo.
-No, volveré a Villamaniya y los sacaré de allí
-No seas tonto, nos hemos dejado la piel para que sobrevivieras, porque sabemos que tus padres eran inocentes.
Gonzalo se quedó mirando a la mujer a los ojos.
-¿Insinúas que están muertos? –dijo casi gruñendo
-La Inquisición no perdona, muchacho…- la mujer se quedó sin palabras. No encontraba frase alguna para explicarle a aquel niño asustado el destino que con toda probabilidad habían sufrido sus desafortunados padres.
Aunque Gonzalo creía fervientemente que sus padres estaban con vida y volviendo a Orgaz en ese momento, no pudo evitar que sus ojos se anegaran de lagrimas.
La pena, la incertidumbre, la rabia y otras emociones corrían frenéticamente por el cuerpo del joven. Secándose las lágrimas con la manga de la camisa, se dirigió a la puerta de salida con el ceño fruncido, intentando así parar el llanto.
-Espera ¿Dónde vas?
-Ya te lo he dicho, a Villaminaya
-¿Después de lo que hemos pasado mi marido y yo para salvarte? Deberías apreciar más tu vida. Que harás cuando llegues ¿Pelear contra soldados del reino? Es mejor que uses el sentido común ese del que hace gala tu madre, muchacho.
Gonzalo se paró en seco. Se le vino a la cabeza su madre, su sonrisa, su forma de ser, su melena negra. Y volvieron las lágrimas.
-Toma- la mujer se acercó al joven y le tendió una bolsa con monedas- es de tus padres, lo dejaron aquí por si ocurría algo. También hay una carta dentro.
-No es momento para ponerme a leer, los soldados están a un tiro de piedra de aquí. Mis padres sospechaban mas de lo que yo creía- siguió hablando mientras se dirigía a la puerta de atrás, donde estaba esperándolo Adán. La pobre frutera lo siguió.
Ya montado en el caballo marrón oscuro (al cual había incluido unas alforjas con la bolsa de dinero, pan y algo de carne) se dirigió a la madre de su amigo Nuño.
-Gracias por todo- calló un momento- No sabría como pagarle…
-Aléjate del pueblo con un trote suave, podrías alertar a los soldados.
Gonzalo la miró.
-Eres una buena persona, espero que ni tú ni tu familia tengáis que cargar con un castigo por habernos ayudado.
-Tranquilo mozo, no se han enterado- dijo casi sonriendo.
-Cuide de Nuño
-Que cuide de ti el Señor, y que lleve luz y paz a tu camino.
Aunque lo intentó, ninguna sonrisa asomó por el rostro del joven. Y sin más, partió.
El sol no había salido aun, aunque el cielo comenzaba a clarear. Ya podía vislumbrarse la silueta de la sierra toledana que rodeaba Orgaz y sus alrededores. De repente, se le paso por la mente la alocada idea de que a lo mejor sus padres habían vuelto y estaban esperándolo en casa, que todo había sido un error. Tal vez fuera por la necesidad humana de sentir esperanza, quien sabe. Fuera cierto o no, quiso ir a su cálido hogar una vez mas, pues posiblemente sería la última vez que lo viera.
Dobló varias esquinas hasta llegar a la casa junto a la herrería. Entonces se encontró allí a la persona menos esperada. Debido a la falta de luz, tubo que acercarse hasta estar a tres metros de la figura que salía de la forja a recibirlo.
Un hombre alto como Alonso, de pelo negro que le llegaba hasta los hombros, se acercaba lentamente a él, con una renovada sonrisa de oreja a oreja al ver a su sobrino.
-Vaya, parece que el conejillo vuelve a la madriguera- Gonzalo reconoció la inconfundible voz de su tío Fernando.
¡Por fin alguien en quien confiar! Alguien a quien pedirle explicaciones sobre todo el asunto y con bastante influencia en el ejército como para poner a sus padres en libertad.
-Tío Fernando que alegría encontrarte aquí y ahora, no sabes todo lo que ha pasado
-Más alegría me da verte a ti, pequeño. Tranquilo, estoy al corriente de todo.
-Mis padres ¿Cómo están? ¿Que es lo que ha pasado?
-Déjame a mí preguntarte algo primero ¿Dónde está la gema?
Gonzalo estaba desconcertado ¿Qué importaba ahora la gema? No sabía si en ese momento era huérfano o no ¡Como iba a importarle una maldita piedra!
Entonces se fijó en el atuendo de su tío, un uniforme militar de bajo rango. Posiblemente estuviera al mando de unos veinte hombres. Una espada de larga hoja colgaba de su cinto.
-Venga, siempre te he tomado por un chico inteligente ¿Aun no te has enterado de por que han muerto tus padres?- su voz estaba llena de odio.- Dime donde está la gema ahora mismo, o dámela si la llevas encima.
Ya encajaba todo en aquel macabro puzzle, o al menos todo lo que Gonzalo necesitaba saber.
-Hijo de puta- murmuró Gonzalo en medio de un remolino de sentimientos que afloraban en su interior. Su primera reacción fue desenvainar a Tormenta, aunque sabía que atacar a su tío de frente sería un suicidio. Lamentó terriblemente dejar al descubierto la gema incrustada en el pomo de la espada.
-Así que por eso tu padre no me dejó echarle un vistazo, interesante… ¿Que pasaba por tu cabeza en aquel entonces, Alonso?- tras decir esto comenzó a reír fríamente.- No tienes ni idea del poder que guarda esa pequeña piedra verde, entrégamela ahora o os destrozaré de un tajo a ti y a esa mala bestia que montas.
Gonzalo se estremeció ante las amenazas, pero no cedió ante ellas, pues recordó la petición de su padre de no perder la gema. Y si tenía que perderla, no sería a manos de aquella rata inmunda que había acusado a su hermano y a su familia de delitos imaginarios tan solo para arrebatarle la esmeralda.
-¿Qué secretos guarda la gema?- tenía que ser algo muy gordo para cometer tal infamia.
Fernando ya no miraba a Gonzalo, sino la gema de la espada, embobado.
-Un ente muy poderoso está sellado en su interior- dejó de mirar el arma y miró a su portador- Pero eso a ti no te incumbe. Ahora dámela.-insistió
Gonzalo envainó a Tormenta e hizo bailar las riendas y el caballo se alejó poco a poco del hombre.
-Tu plan es huir ¿No? Después de todo no eres tan imbécil. Puedes escapar ahora mismo de mí, pues no puedo igualar a ese bicho en velocidad. Pero no importa donde te escondas- acto seguido sacó del bolsillo del uniforme una piedra de igual tamaño y belleza que la esmeralda, pero de un color rojo y muy brillante, y la apretó con la mano- Se hacía donde te diriges, y que no te quepa duda de que te encontrare y te destruiré como si fueras una hoja seca.
Gonzalo se quedó mirando a aquel monstruo mientras se alejaba.
-Me las pagarás algún día asqueroso malnacido- gritó intentando soltar toda su rabia acumulada, claro que le fue imposible…
-Eso es, huye, no eres más que mierda, como en su día lo fue tu padre. ¡Huye y aprovecha la última semana de tu asquerosa vida!
Y así Gonzalo abandonó Orgaz, sin familia, sin honor y sin ganas de vivir.
La única luz que brillaba en ese momento eran los primeros rayos de sol, que empezaban a asomar allá por el este, justo enfrente de su mirada, como señalando su destino.
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