sábado, 31 de julio de 2010

El brillo de la gema (capitulo 1)

El sol hacía rato que había llegado a lo mas alto, como llevaba haciendo todos los dias desde que Gonzalo tiene memoria, puede que incluso antes. Hacía calor, era un mal día para los pastores, que tenían que velar por sus rebaños en las colinas que rodeaban aquel valle. No se les podía llamar montañas, porque la mas alta media no mas de doscientos metros, y Gonzalo les decía colinas, a pesar de que su padre le repetía que a las alineaciones montañosas pequeñas se les llamaban sierras.
Su padre era el herrero del pueblo de Orgaz, pero era un hombre increíblemente culto para su edad y ocupación. Cuando era mas pequeño, Gonzalo se jactaba antes sus amigos diciendo que venían consejeros del rey expresamente desde Madrid para pedir el consejo de su padre en la lucha de su majestad contra los moros.
Obviamente era mentira.
Aunque nunca le falto imaginación a este chico, a la hora de la verdad siempre era cauto y realista, pese a sus trece años recién cumplidos, había heredado el temple de su padre y era responsable. O al menos dentro de lo que cabía…
¿Y que hacia este mozo de trece años recién cumplidos sentado en el pollete que marcaba la entrada al pueblo, casi a mediodía, con una calor que se le pegaban las ropas a la piel?

Ese día iba a recibir una espada, pero no una espada de madera como las que lleva usando 13 años justos para jugar con Pedro y Nuño, no, iba a recibir una espada de acero, una espada forjada en fuego de fragua, una buena espada, una espada forjada por su padre.
Era su regalo de cumpleaños. Había insistido en ayudar a su padre a forjarla, pero éste se había negado. La fragua de su padre estaba junto a su casa, era una ventaja en invierno, pero en esas épocas de calor y de plantación de cosechas era un infierno.
Para alejarse del calor y de los nervios, empezó a caminar hasta encontrarse en las afueras del pueblo. Debía volver a la hora del almuerzo, y calculó que quedarían unos cuarenta y cinco minutos, así que decidió andar hasta una de las colinas/sierras que rodeaban el pequeño valle. Tardó poco tiempo, y se encontró por el camino a los pastores que volvían a sus casas, con un mar de ovejas lanudas detrás de ellos. Se sentó a la sombra de un abedul a contemplar el pueblo.
Lo que mas llamaba la atención era el castillo del conde de Orgaz, señor de todo el valle, de sus campos de olivos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, de los cultivos de trigo y de los molinos en lo alto de las colinas. Pero había un edificio que empezaba a sobresalir por encima del castillo y de las casitas de pueblo, una enorme y colosal iglesia que estaba siendo construida en el centro de Orgaz.

Olía a hierro fundido cuando Gonzalo entró en su casa, y cual fue su sorpresa al encontrarse a su tío Fernando discutiendo con su padre. Parece que ninguno de los dos adultos se había percatado de su presencia.

-Te repito que es una locura, y Vicente estará de acuerdo conmigo, se negará rotundamente- le espetó el padre de Gonzalo, aun con el delantal de herrero puesto
-No, no Alonso lo tengo todo planeado en serio, solo tenemos que reunir las tres joyas y… bueno e leído mucho sobre el asunto…- su tío parecía sofocado, intentando convencer a su padre a toda costa.
-Padre ¿está lista mi espada?
-Aun no Gonzalo, ve a ayudar a tu madre al mercadillo, anda
Al salir, Gonzalo se quedó escuchando detrás de la puerta. Sabia que no era un acto propio de un caballero, pero la curiosidad lo comía por dentro como los gusanos comían hojas de los árboles de mora. La voz de su tío se oía con claridad:
-Déjame verla al menos
-No puedo mostrarla ahora, ya te lo he dicho
-Mira, mira la mía- la voz de su tío Fernando cambió, subió el tono y parecía exasperado- Podemos hacerlo Alonso, Dios nos ha dado el poder para hacerlo y debemos llevar a cabo su enmienda.
-¡Fernando no deberías llevarla colgando del cuello, es peligroso!- ahora su padre parecía exaltado también- Sabes que hay mas gente buscando estas piedras. En cuanto los deseos de nuestro señor…
Deberían de haber cambiado de habitación porque la conversación dejó de ser audible.
Aquello había dejado al joven verdaderamente intrigado por lo que intentó poner las cosas en orden dentro de su mente. Sin duda su tío quería la piedra verde a la cual su padre llamaba “esmeralda” y que, según su padre, era un tesoro familiar muy antiguo.
Era más pequeña que su puño cerrado, aunque su belleza era realmente cautivadora, pero… ¿quien iba a pensar en simples piedras cuando estaba a punto de recibir el regalo de cumpleaños más esperado de su vida?
Empezó a correr en dirección a la plaza de abastos de Orgaz, el pueblo hincado en aquel pequeño valle perdido en la serranía de Toledo, pensando en como batía a bandidos y malhechores con su espada brillante y afilada como los dientes de un lobo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta primo =)

Dessirée!